Íbamos en un taxi camino a la Casa de Gobierno ayer a la mañana cuando, de repente, el conductor divisó a lo lejos a una bella mujer de vestido negro caminando por la vereda. Acercó el auto a ella y comenzó a decirle piropos, uno tras otro, al principio simpáticos e inocentes, para dar paso luego a verdaderos improperios. Dos cuadras “persiguió” el taxista a la chica, que ni se inmutó, quizás acostumbrada a los piropos –y las groserías– masculinas. Urgente hace falta la policía antibabosos en la calle.