La inauguración del cenotafio constituye, en sí misma, una buena noticia, un logro de los argentinos, sin distinción de gobiernos.

Existen temas, como los derechos humanos, la defensa de la democracia o la soberanía en las Malvinas, que ningún partido, ninguna facción, debería reivindicar como propio, porque nos pertenecen a todos: ningún argentino está en contra de ellos y nadie tiene el derecho a tratar de monopolizarlos.

Los familiares que hoy pisan tierra nacional irredenta deberían viajar respaldados por un consenso nacional que honrara acabadamente el sacrificio de quienes allí descansan para siempre.

Sería de esperar que en los discursos oficiales se trasuntara esta condición abarcativa y no excluyente del esfuerzo que ha costado este acto humanitario en las islas. Por desgracia, hasta ahora no ha sido así, y cada anuncio real o supuestamente positivo sobre Malvinas se viene explicando pura y exclusivamente como un logro de las actuales autoridades, sin hacer ni mención ni justicia a quienes trabajaron antes.

La primera visita de 381 familiares data de, nada menos, 1991 y sucesivos gobiernos movilizaron el tema con éxitos, parciales pero dignos, con más de veinte viajes oficiales hasta que en el 2003 se paralizó todo tipo de actividad al respecto, retomada recién ahora.

Desde el retorno de la democracia se han sucedido seis presidencias de todo origen político, ninguna de las cuales ha dejado de aportar más de un grano de arena al acontecimiento que se desarrolló el sábado en el cementerio argentino de Darwin. Hasta ahora, nada de ello aparece reconocido en el discurso oficial, que se muestra reivindicando algo tan sensible con una actitud excluyente que no hace justicia con quienes aportaron antes ni, mucho menos, con la grandeza que esos muertos heroicos merecerían en un momento como este. Es el espíritu de facción que, otra vez, se enseñorea sobre nuestras castigadas Malvinas. Si no tenemos éxito en recuperarlas, tengamos, al menos, señorío al honrarlas.