Cinco mujeres con el mismo vestido llegó al escenario del teatro Mendoza para demostrar una vez más que no todo lo que brilla es oro. Pese a la “chapa” con que la obra arribó a la provincia y, más aún, pese a que los mendocinos apostaron masivamente a la puesta con dos funciones a sala llena, nada pudo salvar la propuesta porteña.

    Esto demuestra una vez más que la fórmula marketinera que impone una imagen vendible (como la de Romina Gaetani), una directora de renombre (en el cartel figuraba la dirección de Norma Aleandro, quien dejó mucho que desear al mando de este elenco, y la seguidilla de chistes y gags feministas no produjeron resultados mágicos. Sin dudas, cualquier estructura teatral que quiera ser llevada a escena debe ser pergeñada con contundencia actoral y textual. El gran problema de la pieza fue que no supo hacer confluir las actuaciones con el texto y la puesta en su conjunto.

LUGARES COMUNES. Cinco damas de honor se dan cita en la habitación de María Luján ( Verónica Pelacini) durante el casamientos de Lucy, la hermana de esta, y abrumadas por la acartonada fiesta apr0vechan la ocasión para traer a colación una crítica hacia la sociedad machista, hipócrita y poco liberada. Cada una de ellas representa un estereotipo de mujer: Marilú, la rebelde que lucha contra los criterios impuestos por su familia; Francis (Valeria Lorca), una mojigata aferrada a los principios del catolicismo; Cris (Bernarda Pagés), la chica liberal; Mili (Lucila Gandolfo), la lesbiana, y Georgina (Romina Gaetani), la alcohólica que se casó con el hombre equivocado y cuya vida se ha convertido en un verdadero caos.

    La trama, que intenta esbozar un retrato de la sociedad actual, se transforma en un ir y venir de situaciones deshilvanadas, que tratan de sustentarse a partir de temas comunes, pero que no son aprovechados desde ningún punto de vista. Religión, machismo, amor, drogadicción y abuso sexual son, entre otros, los tópicos que van y vienen en un viaje que no llega a ningún puerto. Y esto no es sólo culpa del texto de Allan Ball (guionista de Belleza americana), tampoco las actrices logran su cometido, desplomándose en una vertiginosa montaña rusa: la atención del espectador sube y baja en una constante variación de interpretaciones.

    Claro ejemplo de ello es el personaje de la lesbiana (que no fue interpretado por Florencia Raggi sino por Lucila Gandolfo): un comienzo fatal en el cual se la vio trastabillando en el texto y luego, en otra escena, la misma mujer saca sus atributos haciendo una actuación decente. Este hecho sucede a cada paso y con todas las actrices, lo que apunta a un mal manejo de las mismas.

EL ESFUERZO DEL PÚBLICO. Otro elemento atentó contra la puesta: un mal sonido hizo que los espectadores (sobre todo, los ubicados en las últimas butacas) tuvieran que afinar sus oídos y esforzarse por seguir la prolongada trama que por, momentos, se mostró interminable. Además, quien pergeñó la puesta no supo dar un tiempo preciso a los temas tratados y los chistes que giraban en torno a ellos, por lo cual, cerca del final, la dispersión era general.

UN TROPEZÓN SÍ ES CAÍDA. Luego de casi dos horas de duración, la puesta volvió a mostrar su poco tino. Porque a pesar de que contó con algunos errores, momentos antes de la escena final había elementos rescatables, los cuales fueron derribados por un desencajado cierre. Con la aparición del personaje interpretado por Iván Espeche, el galán de la fiesta que viene a a conquistar a la liberal interpretada por Bernarda Pagés, quien utilizó fórmulas obvias, planteos amorosos que nada tenían que ver con la obra en general y, lo que es peor aún, una deleznable actuación, la pieza demostró un evidente fracaso. Así pasó por Mendoza otra superproducción, otro engaño para los mendocinos, quienes todavía no se animan a apuntar sus miradas hacia las muy buenas propuestas locales.