En todo recinto deliberante que tenga que ver con leyes u ordenanzas hay un salón llamado “de los Pasos Perdidos”. El nombre no hace referencia a la magnífica obra de Alejo Carpentier, sino a una costumbre de los antiguos legisladores. Cuentan que antaño, ese salón de la Legislatura Nacional era alfombrado y la alfombra muy mullida. Los legisladores solían repasar allí sus discursos antes de entrar en el recinto y, de tanto ir y venir, se marcaban sus pasos en la alfombra los que luego, inevitablemente, se borraban.

    Hay otra versión que cuenta que en ese lugar los legisladores recibían a la gente, caminaban con ellos charlando y prometiendo, pero esos pasos nunca llegaban a nada. Usted elija. La Legislatura provincial no tiene alfombras, pero tiene un Salón de los Pasos Perdidos con los retratos de los gobernadores que tuvo la provincia, algunos retratos que parecen pintados por enemigos de esos gobernadores o tal vez por el pueblo, a modo de revancha.

    No sé si es un buen nombre, porque pasos perdidos trae asociación directa con desconcierto, con caminos equivocados. Algunos insidiosos, que nunca faltan en esta sociedad, dicen que sería mejor el nombre de los Pesos Perdidos, pero también podría llamarse los Pisos Perdidos, por la cantidad de fábricas de baldosas que han cerrado. Yo creo que deberíamos revisar bien el nombre, porque los legisladores debieran dar ejemplo, pero uno no le va a seguir los pasos a quien los tiene extraviados.