El amor es una mezcla de sentimiento, voluntad y obras, y exige mucho esfuerzo, sacrificio y entrega. Una profunda fidelidad es su condición básica. En el siglo XIX, Alejandro Dumas, famoso escritor, señaló: “Las cadenas del matrimonio son tan pesadas que toma a lo menos dos personas para llevarlas… a veces tres”. La vida es dinámica, los sentimientos evolucionan ¡hoy más que nunca! Poco a poco llegamos a lo que podríamos llamar la sociedad de lo desechable: Si se echa a perder, tiralo. Si no sirve, dejalo.
Esto llega al extremo de pensar en los mismos términos respecto de las personas. Muchos enfoques psicológicos modernos hablan de actitudes similares referidas ahora a las relaciones humanas. Se da mucha importancia al momento, a darse gustos, a la valoración del instante, olvidando las profundas consecuencias que ello puede implicar. Sin embargo, una regla –y quizá la más importante–, es la fidelidad en la pareja, la fidelidad en el amor conyugal. En la medida en que ella exista, no habrá temor.
AMAR ES DESEAR EL BIEN AL OTRO. Si se quiere sacar provecho del cónyuge o tal vez usarlo para algún fin egoísta, entonces no es posible hablar de amor. La infidelidad es una realidad cada vez más extendida. En el caso del hombre, es el producto de una educación deformada que fomenta, en muchos casos, el sexo desde temprano. Así, el sexo se deforma, y en lugar de ser sinónimo de amor y complementación entre hombre y mujer, pasa a tomar sólo un aspecto limitado al placer. Será difícil a este hombre ser fiel en su vida futura. Un segundo aspecto a analizar tiene que ver con la debilidad masculina.
El hombre se permite caer ante una mujer que desee conquistarlo. De allí a la infidelidad hay sólo un problema de ocasión. Su sexualidad explosiva lo convierte en fácil presa que sucumbe con rapidez a una situación oportuna. Este tipo de infidelidad es más bien de tipo animal, no hay corazón en ella, pero, desgraciadamente, deja en ella parte de su dignidad. Lo triste del caso es la constatación de la profunda tristeza que embarga al hombre con posterioridad a su acto. Adquiere un gran complejo de culpa y queda con un dejo amargo.
¿QUÉ PASA CON ELLAS? En las mujeres también la tasa de infidelidad ha aumentado mucho en el último tiempo debido a los profundos cambios sociales experimentados. La mujer independiente con educación superior y acceso masivo al mercado laboral tiene más libertad. La sobrevaloración del sexo y la búsqueda de nuevas sensaciones en desmedro de lo más profundo del ser humano son impulsos constantes.
El divorcio, cada vez más aceptado socialmente, permite que la mujer pueda liberarse fácilmente de su marido. La mujer actual se enfrenta cada vez más –y de manera más agresiva– al sometimiento de la moda. Siente que debe ser atractiva y exhibir su cuerpo, y ve este verdadero erotismo triunfante como sinónimo de su femineidad. La insatisfacción sexual es otro aspecto vinculado a la infidelidad femenina. Por regla general, es difícil que una mujer que se siente realizada en su matrimonio sea infiel. La mujer prefiere la seguridad de la fidelidad a la inseguridad de una aventura o un amante. Frente a un marido desatento y que no sepa tratarla, se crea un caldo de cultivo para la aparición de alguien que le sepa hablar al corazón y despertar su deseo. De ahí a concretar la infidelidad sólo es cuestión de tiempo.
LO QUE ELLAS QUIEREN. La mujer, antes que nada, tiene necesidad de ternura, no sólo de una ternura circunstancial que únicamente se manifiesta en el momento de la unión sexual, sino que también le hace falta una ternura gratuita, imprevista, que sorprenda a su corazón cuando ella menos lo espere. Desafortunadamente, la ternura a largo plazo no es uno de los componentes de la psicología masculina.
El marido que no quiera exponer a su esposa a la tentación de la infidelidad debe satisfacerla afectivamente, haciéndose tan cariñoso como sea posible, no solamente en los instantes previos a una relación, sino en cualquier momento, por tonto que parezca. Se dan muchas ocasiones de peligro en la vida, las que, inicialmente, parecen inocentes y sin importancia. A la larga, estas pueden conducir hacia el tortuoso camino de la infidelidad.
La infidelidad surge habitualmente de hechos que parecen inocentes, como cuando un hombre involucra a su secretaria en aspectos personales del matrimonio, cuando se lleva frecuentemente a alguien al trabajo, cuando deben ser efectuados frecuentes viajes profesionales fuera de casa o cuando se trata de dar consuelo.