Alguna vez, los Bombal pisaron fuerte en la zona. Todavía hay nombres y propiedades que recuerdan la antigua hegemonía. El camino asombra. Uno puede tomarlo de Las Vegas hacia el sur o de Tupungato hacia el norte, y se va a encontrar con un valle que desparrama belleza a diestra y siniestra, un valle de alta montaña, pero bien alta, casi rascándole la panza a las nubes. El Cordón del Plata está ahí, a ojos y a manos, porque casi puede tocárselo, y el Cordón del Plata no es postal para despreciar.
Pero también están los sembradíos, cereales, papas, forrajes y algunos animales de esos que usamos para conformar la mandíbula. Es posible, si se aminora la marcha del auto, encontrar parcelas de cardones, casi tan bellos como los que pinta Ángel Gil. Es posible también tomar alguno de los caminos laterales y topetarse de lleno, bien de lleno, con un lugar como la Quebrada de los Cóndores, un manjar para la vista.
Es bello en todas las estaciones, pero adquiere plenitud en primavera, porque súmele usted lo que de por sí tiene la primavera y póngale la nieve que la montaña todavía aguanta y, entonces, no le mezquine el dedo índice a la cámara fotográfica. Lo llaman el Camino de la Carrera, aunque de una cosa estoy seguro, para disfrutarlo no hay que correr. Cuando usted le entienda el silencio, va a querer ir a ser silencio todos los fines de semana.