“Caminante no hay camino, se hace camino al andar”. Esta frase simple y cierta es la que definiría la vida de Luciano Ortega y Pelusa Oliveras, los protagonistas de una historia de 29 años, construida en base al amor, la magia y la fantasía. Ambos se transforman en los verdaderos artífices de esta historia de vida, ya que siendo reconocidos artistas mendocinos, él egresado de teatro y ella ceramista, lograron fusionar su arte, con el único anhelo de alcanzar la felicidad y sacarle una sonrisa a los demás.
INICIO DE UN VERDADERO AMOR. La historia de Luciano y Pelusa podría calificarse como muy azarosa, pues ambos nacieron motivados por la sed y el hambre del arte y fue precisamente eso lo que definitivamente les permitió unir sus vidas con un propósito en común: el amor.
“Los dos vivíamos en Las Heras, a muy pocas cuadras uno del otro; sin embargo, nuestro primer encuentro se produjo en la casa de una poeta, en Godoy Cruz, donde Luciano y un grupo de artistas planificaban concretar un video educativo y, casualmente, necesitaban una titiritera”, comentó Pelusa en diálogo con Protagonistas.
“Al llegar al lugar, me encontré con artistas de teatro, poetas, plásticos, músicos y yo, egresada de la cerámica y muy conocedora del universo de los títeres, me sentí un poco temerosa, aunque con ansias de insertarme en ese grupo, pues mis títeres necesitaban el encanto de la poesía y esta, a su vez, requería la magia de los muñecos”, agregó orgullosa.
Así fue como, una vez incorporada en el grupo, Luciano, quien, además de ser actor, sentía afición por la poesía, le propuso a esa jovencita de ojos negros la posibilidad de presentar su libro de poemas con sus muñecos. Pelusa, maravillada por el ofrecimiento, aceptó sin dudar.
“Al llegar a casa, comencé a leer el libro y de repente me sentí deslumbrada por cada uno de sus versos, definitivamente me enamoré no sólo de las palabras, sino también de su poeta”, refirió sonriente.
“Siento que nuestras vidas no fueron signada sólo por el amor y la atracción de uno por el otro, sino que los dos, además, necesitábamos complementar nuestro arte, nuestros saberes y fue esa fusión artística la que nos permitió descubrir en esos universos, distintos pero complementarios, un sentimiento que aún permanece intacto”.
Unidos por la fantasía, estos jóvenes decidieron, al muy poco tiempo de haberse conocido, contraer matrimonio y unir para siempre sus almas.“Tras la inminente y sorpresiva decisión, el gran problema surgió por parte de nuestras familias, pues nos creían locos.
Recuerdo que mi madre me preguntó ‘¿de qué trabaja ese chico?’ y yo, con orgullo y admiración, contesté:‘es poeta’”, dijo Pelusa, a lo que Luciano agregó “si bien fue complicado convencer a nuestras familias, logramos demostrarles que nuestro amor era puro e inmenso y estábamos dispuestos a luchar por él”. De este modo, con la ayuda incondicional de sus familiares, la joven pareja logró su cometido y tras esa decisión empezaron a recibir las primeras propuestas laborales.
Comenzaron a trabajar como titiriteros en las instalaciones del teatro Quintanilla y, desde 1977, estos “locos soñadores” se transformaron en los precursores y defensores del teatro de valija, de ese teatro portátil, simple, carente de efectismos, que comienza a trasladarlos por las diferentes ciudades del país, e, inclusive, por Chile.
UN LARGO CAMINO RECORRIDO. “Nuestro inicio en el mundo artístico fue un tanto duro, ya que nos iniciamos en la época más dura de Argentina: la dictadura militar. Sin embargo, motivados y convencidos de nuestros ideales, apostamos por desplegar nuestra pasión por todas partes.
Recibimos propuestas de Buenos Aires, donde trabajamos en el teatro San Martín, luego nos ofrecieron viajar al exterior y al decidir sobre nuestro futuro laboral optamos por quedarnos en Mendoza, nuestra tierra, nuestras raíces, una provincia dura para esta profesión, pero la elegimos como nuestro refugio”, dijo acongojado Luciano.
ENTRE EL AMOR Y EL OFICIO. Luego de giras y presentaciones por el país, un día la feliz pareja recibió la noticia más maravillosa de sus vidas: en muy poco tiempo se transformarían en padres de una hermosa pequeña, a la que bautizaron con el nombre de Natacha.
“Si bien no tomábamos recaudos para para no quedar embarazada, hablábamos mucho sobre la responsabilidad y el sacrifico que demandaría la llegada de un hijo, pero convencidos de nuestro amor concebimos a nuestra hija con la felicidad que nos unía como matrimonio”, comentó orgullosa.
Aunque sus vidas cambiaron, el matrimonio Ortega supo hacer frente a cada una de sus obligaciones; así, su niña fue criada en un mundo de poesías y títeres, condimentos que hoy, a sus 25 años, la llevaron a convertirse en una gran estrella de la música. Dos años más tarde, la pareja nuevamente tendría la bendición de ser padres, aunque, esta vez, el que colmaría el hogar de dicha y felicidad sería Federico, quien, casualmente, también es un gran artista, como el resto de sus familiares.
“La llegada de Fede me marcó mucho la vida, sentí la necesidad de ser mamá por tiempo completo y, de este modo, opté por resignar mi profesión para ocuparme de mis dos pequeños”, expresó la titiritera, y Luciano añadió “el acto de mi mujer fue uno de los más noble que he visto en la vida, si bien fue una opción personal, sabía que no era fácil, pues amaba el mundo de los títeres y a pesar de su decisión siguió acompañando mi trabajo, ya que dibujaba, cosía, bordaba, me acompañaba en el armado de los espectáculos, pero desde el rol de madre”.
UN TROPEZÓN NO ES CAÍDA. Hace unos años, la familia Ortega se vio golpeada por una dura realidad: Pelusa sufrió una enfermedad cerebral que le ocasionó una hemiplejía en su lado derecho. Ante tal gravedad, sólo el amor y la contención de los suyos podrían hacer posible que ella, el pulmón del hogar, sobrellevara su enfermedad del mejor modo posible. Y precisamente fue ese amor el que logró la pronta recuperación de Pelusa.
“En ese momento, sentí que no iba a poder vivir más; sin embargo, la fuerza que me brindó mi familia y la necesidad de reinsertarme en mi profesión fueron los que me empujaron a salir adelante”, reflejó muy acongojada. Tras la enfermedad, muchas cosas habían quedado postergadas en esta familia; entre ellas, una valija colmada de muñecos, que aguardaban ansiosos la manipulación de su madre.
Y eso fue posible.“Recuerdo una experiencia fabulosa que me ocurrió. Nos invitan a Luciano y a mí a brindar un espectáculo en la cárcel provincial de mujeres y, en ese momento, mi esposo se encontraba de viaje, por lo que la decisión dependía de mí. Luego de pensarlo durante mucho tiempo, opté por concretar la función”, manifestó.
Y así, con sus miedos, sus inquietudes, sus dudas, esta gran mujer enfrentó el primer obstáculo de su vida, alcanzando la ovación de las mujeres privadas de su libertad, quienes durante un instante olvidaron su situación, logrando insertarse en el fantástico mundo de los sueños y la magia.
Tras este primer paso, las pruebas de Pelusa fueron más y más. Retomó su oficio junto a su esposo, al que lo ayudaba en el armado de los espectáculos, y una de las cosas más impactantes fue lograr manipular a sus muñecos con su mano izquierda, un desafío difícil, pero no imposible. Sin dudas, esta mujer, su esposo y sus dos hijos son verdaderos ejemplos de vida, a los que vale la pena reconocer, no sólo en un medio sino en el mundo entero, por su entereza y ganas de apostar por la felicidad y los sueños.
UN SUEÑO CUMPLIDO. El 24 de julio se cumplieron 29 años del nacimiento del Teatro de Títeres Los Juglares, conformado por este formidable dúo, al que se suman un puñadito de títeres que, a bordo de una valija, los vienen acompañando y estimulando a seguir un camino, con el único afán del porque sí de lo fantástico.
Al igual que cuando empezaron, estos precursores del teatro de valija siguen creando uno a uno sus títeres: cosen, dibujan, pintan, ponen puntillas, le sueñan una voz, le inventan una historia familiar. A lo largo de estas tres décadas, han inventado más de cien vidas ficticias, de esas que logran arrancar una carcajada en chicos que parecen eternamente tristes, como los de las villas marginales, quienes están obligados a trabajar y a mendigar.
“Nuestro principal objetivo, desde siempre, ha sido lograr provocar una sonrisa en un chico que ha perdido la inocencia”, expresó Luciano. Respecto a la fórmula para mantenerse vigentes durante tanto tiempo, afirmaron que “consiste en trabajar para provocar el disfrute y el divertimiento, sin pretender dar mensajes y moralejas. No perseguimos el mensaje, sino que se produzca el hecho estético en el que aparezca y fluya la magia”.
A casi 30 años de andar con el oficio, estos verdaderos artistas han comprendido que la valija del caminante, de la huella, es vital como el pan y el aire que nos permite respirar y que, para que siga latiendo, hay que nutrirla y custodiarla, sin olvidarse nunca de la raíz que le dio vida y sentido.
Y ese camino, el que ellos, a menudo, hacen referencia, es el de los sueños, el de los proyectos, el de las ilusiones, un camino nutrido por la fe, la alegría, la perseverancia, cualidades que sobresalen en sus vidas y que intentan reflejar en cada sitio adonde llegan con su valija colmada de fantasías.
Estos dos personajes no son unos protagonistas más, son los grandes protagonistas de esta bella historia de amor. Un claro reflejo de que el amor y la felicidad no se compran con lo material, sino que se construyen con las pequeñas cosas simples de la vida. Por ello los reconocemos, por su unión y por su enorme capacidad de enfrentar cada una de sus dificultades con la naturalidad de amarse el uno al otro.