Sin duda que la carga social de ambas palabras es grande y casi opuesta. Como definición coherente dícese: Que tiene coherencia (relación lógica con otra cosa o entre sus partes) y dualidad: Existencia de dos caracteres o fenómenos distintos en una misma persona o cosa. Una es como la hermana ejemplar deseada y la otra como la oveja negra descarriada. Por una parte ser coherente se declara en discursos sociales como valor esencial de un adulto y de una persona respetable, al contrario la dualidad es sinónimo de inmadurez y debilidad. A simple vista podemos pensar superficialmente que esta postura es como tratar de encajar a toda la humanidad en un discurso de signos de tierra: Tauro, Capricornio reconocidos por su discurso de coherencia, dejando fuera a Virgo por ser casi siempre responder con un depende, y denostar al resto del zodíaco, salvo a los leoninos temerosos y a los escorpios disfrazados de puritanos. Pero no es así, todas las personas tenemos toda la energía del zodíaco, así como todos los autos tienen una serie de partes básicas requeridas para funcionar.

Todos podemos ser coherentes y duales, de hecho lo somos, varias veces en el día en situaciones de índole tan diverso como decidir qué comer, definir si estamos a gusto o no desarrollando un trabajo y por supuesto si se trata de finalizar o no una relación amorosa. Muchas veces sobre la misma situación cambiamos de posturas no sólo con los años o meses sino en cosa de minutos. Si el comportamiento de vacilación entre ser coherentes y duales es inevitable ¿por qué buscamos quedarnos con una sola punta del proceso? por definición matemática una línea existe cuando se unen dos puntos. Si sólo hay un punto no hay línea, no hay trayectoria, no hay proceso, no hay camino. Haciendo una gran extrapolación podríamos decir que sin la vacilación entre la coherencia y la dualidad no hay vida. Los seres humanos llamamos vida no al hecho en sí desde la biología, llamamos vida a la serie de eventos que transcurren entre el momento en que nacimos y el que morimos. Definimos vida como el trayecto recorrido consciente o inconsciente. Bajo este postulado lo erróneo sería esforzarnos en sólo ser coherentes o declararnos como seres incontrolablemente duales. En términos cotidianos buscamos ser coherentes porque consideramos que nos lleva a la estabilidad, nos esforzamos por pensar, decir y hacer más o menos lo mismo, consideramos que una vida en coherencia nos aleja de dolor propio y de la posibilidad de causarle dolor a otros. Creemos que la dualidad daña, sin embargo sin dualidad no hay actualizaciones, no se regeneran los caminos, sin dualidad no existe presión evolutiva. ¿Cómo experimentar un presente, si no se reconoce un pasado vivido y un futuro deseado?.

Los pueblos antiguos que practicaban la astrología como tecnología de autoconocimiento hablaron de ciertos momentos de la vida en lo que se podía producir la Liberación Zodiacal, momentos en los cuales se eliminaba el gran velo de la vida de una persona y los dioses (planetas) llevaban al individuo ante las moiras (destino). La carta natal refleja gran parte de los comportamientos automáticos de una persona, como se comportan en relación a la búsqueda de coherencia y cómo experimentan la dualidad. Desde la mirada astrológica la estructura natal no se cambia, es esencial para el desarrollo del ser humano es el punto de partida por su liberación zodiacal. En términos simples, el asunto no es ser coherente o dual; el verdadero desafío es ser coherentemente despierto y despiertamente dual. Se pueden cometer grandes errores en nombre de la coherencia, se puede derrochar toda una vida y vivir sin penas ni glorias y de igual forma se pueden ocasionar grandes atrocidades por mantenerse en una postura dual durante mucho tiempo. Ser coherentemente despierto y despiertamente dual es un acto de valentía, es un acto de libre albedrío, es un acto voluntad.