Un caso para tener en cuenta, para entender que, a veces, la actualidad hay que analizarla desde otra perspectiva y dejar del lado el rol del espectador omnipotente que saca conclusiones a partir de su realidad. Un adolescente que tuvo conflictos con la ley logra tener la lucidez para elegir no estar en un ambiente que lo contamina. No quiere volver a caer. Entiende que si le pasa nuevamente, su encuentro con la muerte será inevitable. Es uno de los pocos que logran expresarlo. El resto también desea lo mismo, aunque no lo sabe, básicamente, porque no ha tenido las herramientas para manifestarse. Ahí es donde el Estado debe estar más presente que nunca. No se trata de pensar en bajar la edad de imputabilidad y de barajar penas más duras. Más importante que eso es generar un entorno ideal para una segunda oportunidad. Para que aquellos chicos caídos en desgracia puedan valorar su vida y la ajena.