Los ojos y la atención del universo político y social del país comienzan a posarse sobre el presidente electo, Alberto Fernández. De ahora en más, mucho del clima y del humor social del país durante la transición –tras un extenso y agobiante proceso electoral– dependerá de sus señales, de sus movimientos y de cómo administrará el poder que ayer recibió por la voluntad mayoritaria de los argentinos. También, claro está, del presidente Mauricio Macri, a quien le quedan un poco más de 40 días para la entrega de la conducción del país. Tan simple como eso.

Este lapso, el de la transición, es el que todos estamos mirando y escrutando. La invitación a desayunar de Macri a Fernández para las primeras horas de hoy es una buena señal, impensada cuatro años atrás. Sólo hay que repasar aquel tiempo. Entonces, en medio de tanta sospecha, dudas y autoflagelación, no está mal reconocer que es un buen paso para lo que viene.

La economía socavó las chances de Macri, el que naturalmente contaba con ese derecho no escrito de la política institucional del país para los presidentes que transitan por el primer período. Pero, además, Macri terminó siendo una víctima del mal diagnóstico que diagramó desde el arranque. Se alejó de la política, la de la búsqueda de los consensos y acuerdos sobre cuestiones básicas, elementales, pero que estructuralmente conforman los problemas más graves que acarrea Argentina por mucho tiempo a esta parte. Y, al empecinarse en mantener con vida el factor que le había permitido acceder al poder, olvidándose de los otros motivos, como los económicos, la recesión y la ausencia de oportunidades que ya operaban en el 2015, terminó por alimentar y engordarlos tanto que finalizaron, como era de suponer, con el sueño de un segundo mandato.

El gobierno de Macri, sin embargo, recuperó para el país valores intangibles que no le sirvieron para ganar la elección. Tienen que ver con aquellos que permiten el funcionamiento de una república con todo lo que eso significa. No se le puede negar esa conquista, la que se pondrá en valor con el paso del tiempo, sin duda alguna. Pero, su natural desconfianza en la política tradicional, la que trasladó a sus socios de la coalición por el origen de los mismos, le impidió prestarle atención al resquebrajamiento de los componentes básicos de cualquier gobierno para garantizar su permanencia y efectividad, entre ellos el de la confianza y la certidumbre.

La diferencia de un poco más de 7 puntos entre el ganador, Fernández, y quien perdió, Macri, es una buena noticia también para el buen funcionamiento institucional del país. Fernández no podrá ir por todo, como algunos de su entorno quizás imaginan. Para eso debió haberse impuesto por mucho más que 50 por ciento. La señal está en esa suerte de equilibrio que imaginó colectivamente alcanzar el pueblo con su voto. Y puede que lo haya logrado repartiendo claramente su decisión, estableciendo algunas reglas mínimas que Fernández deberá respetar y no podrá obviar una vez al frente del Gobierno. Y una nueva oposición que lejos estará de mostrar una apariencia famélica.

Mendoza deja ver, por su lado, una clara diferenciación sobre sus gustos, preferencias y de los modelos que puede tolerar, o preferir, respecto de buena parte del país. Pero, tampoco quedó incrustada en el mar como una isla. Hay toda una franja del país que marcha en la misma dirección. Allí están también Córdoba, Santa Fe y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Desde esas cinco provincias, incluyendo a Mendoza claro está, puede que surjan los nuevos referentes de lo que será la próxima oposición. Una oposición que tomará parte de lo que deja el gobierno en retirada, con la fuerte presencia de Horacio Rodríguez Larreta, Martín Lousteau, el peronista Emilio Monzó, Rogelio Frigerio, quizás la bonaerense María Eugenia Vidal y el mendocino Alfredo Cornejo. Cornejo se gana ese lugar con el holgado triunfo en Mendoza, lo que le permitió, además, a Macri imponerse por sobre Fernández, cuando en agosto había sido derrotado en aquellas Primarias.

Está claro que el gobierno que se avecina de Fernández está en sus manos. Pero, en rigor de la verdad, ¿está en sus manos? No pasó desapercibido, durante el acto del festejo pasadas las 23 de ayer en el búnker ganador, el discurso de Axel Kicillof, quien resultó electo en la provincia de Buenos Aires. Destemplado, Kicillof pareció sorprender, incluso, al propio Fernández con una serie de frases y declaraciones destempladas más propias de un proceso de campaña que de un festejo conocido ya el resultado. No parecía ni el lugar ni el momento para hundir más a un rival al que le había ganado con contundencia.

El país no está más para permitir la satisfacción de un grupo de políticos que buscan venganza y reacciones cargadas de resentimientos. Que es muy posible que Fernández deba lidiar con eso, pareciera que tampoco hay muchas dudas. Pero tendrá que administrar el objetivo de ir por un buen destino para el país, que el deseo de unos cuantos de ir por todo y contra todos aquellos que por un tiempo los despojaron del poder cuando no lo imaginaban.