Dicen que las sendas peatonales se inventaron para que los peatones puedan ser atropellados más ordenadamente. La ley dice que el peatón tiene prioridad de paso. ¿Cuándo? ¿En qué circunstancia? Siempre, en toda circunstancia. Pero aquí, en nuestra Mendoza, parece que el peatón tiene prioridad de paso a mejor vida. A mí me parece que una de las profesiones más peligrosas del mundo es ser peatón en Mendoza.

    Cruzar algunas esquinas, por más semáforo que posean, es someter a la vida a una circunstancia extrema de donde es difícil adivinar de esta vereda si la vida llegará intacta a la otra. Hay gente que reza. Yo, por lo pronto, antes de cruzar la calle, me pongo en el pecho una tarjeta indicando grupo sanguíneo, obra social, y compañía de Seguro. Alguna vez se trató de evitar este autocidio con una propaganda que decía: el auto es un arma. De ser cierto el slogan, Mendoza debe ser un polígono de tiro.

    El indefenso peatón, en la mayoría de los casos, tiene que cederle el paso al blindado, al metálico, al poderoso. ¿No será un reflejo de nuestra sociedad? Una vez escribí una sextilla que dice: En situaciones normales / cruzar la calle me alarma / mi cuerpito no se larga / ni en las sendas peatonales / los autos son animales / desbocados y matones / si pa morir hay razones / yo prefiero fenecer / en brazos de la vejez / que en ruedas de Firestone. Lo increíble es que cuando nos bajamos del vehículo, por más caro, confortable, ostentoso que sea el auto, todos volvemos a ser peatones.