En la disyuntiva que desde el principio de la cuarentena planteó Alberto Fernández, el impacto de la crisis económica les está ganando a los estragos que pueda estar haciendo el coronavirus, más allá de la efectividad de las medidas que se tomaron.
A nivel social y laboral ya no hay manera de disimular una situación que es dramática.
En pocas palabras, no hay plata. Ya no alcanzan los planes de asistencia, los refuerzos y la emisión monetaria desmedida. Simplemente, las cuentas están en rojo y el panorama está lejos de ser auspicioso, puertas hacia dentro y puertas hacia fuera.
En el medio, el juego político de quienes aprovechan el caos para perpetuar la relación clientelar con las clases más necesitadas e idealizar la pobreza. Y, para eso, siempre encontrar a quién echarle la culpa, un enemigo imaginario que justifique discursos mesiánicos con promesas que nunca se cumplen.
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