Pocos parecen haber recibido correctamente el mensaje que Mauricio Macri y Alberto Fernández dieron hace unos días y cuyo objetivo era, básicamente, bajar el nivel de belicosidad e inestabilidad que parecía ganar terreno en la sociedad argentina. La señal de cordura que se les reclamó a los dos referentes políticos del momento no hizo eco en la militancia, que apostó, una vez más, por la agresión como método.

Los cruces, especialmente en las redes sociales, muestran un grado preocupante de agresividad. No se discuten argumentos ni modelos de gobierno. No hay debate. Es una pelea constante que combina insultos y amenazas de todo tipo. No es más que una muestra del poco espíritu democrático instalado en gran parte de la ciudadanía, donde la posibilidad de ser gobierno es interpretada como la chance de usar y abusar del poder para imponerse a rivales políticos. No se respetan las figuras de oficialismo y oposición, como roles clave con responsabilidades compartidas. Y si eso no sucede, todo es más difícil.