Portezuelo del Viento es considerada la obra del siglo y, al parecer, puede quedar solo en un nombre que tuvo más pretensiones que concreciones. La falta de definiciones por parte de la Casa Rosada ha hecho que, en la provincia, el Gobierno local ya analice que utilizará los fondos depositados para obras menores que la proyectada en Malargüe. Toda una contradicción desde la Nación, que evidencia que quedará bien con Dios y con el Diablo, pero que, en definitiva, marca cómo la política, en su barro, condiciona el desarrollo.
El camino hacia Portezuelo ha sido sinuoso y en todo momento atajado por litigios judiciales. Han sido pocos los momentos de respiro donde la obra avanzó con paso firme. Pero es así: todo depende de la consonancia y el feeling político que haya entre el poder central y las jurisdicciones. El resultado es que los mendocinos quedan atrapados en esta lógica que ha hecho que la provincia no vaya ni hacia adelante ni hacia atrás, sino que permanezca estancada.
La última gran obra fue el dique de Potrerillos, que modificó buena parte de nuestras costumbres y economía. Pero, luego de eso, ya sea por falta de visión, de ambición o de posibilidades concretas, no hubo nada en la agenda de la dirigencia mendocina.
Las trabas agotan la posibilidad de pensar en una provincia de acá a diez, veinte o cincuenta años, con un sinnúmero de problemas a resolver en esos lapsos de tiempo que superan a los gobiernos, como la cuestión del agua, la extinción de las fuentes de energía tradicionales o la necesidad de crear empleos.
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