Aunque flojas de papeles y fáciles de desmentir con chequeos básicos, el Gobierno nacional esbozaba respuestas para todas las situaciones disparatadas que se le planteaban y generaban fuertes cuestionamientos a la gestión. La mayoría, originadas por sus mismos funcionarios. Desde el vacunatorio vip hasta la fiesta en Olivos, de la cual el presidente se excusó culpando a su pareja de realizar un evento con amigos cuando no correspondía.

El “sin comentarios” de la vocera presidencial, Gabriela Cerrutti, al no poder explicar cómo cayó en la Casa Rosada el viaje al Caribe mexicano de la titular del PAMI, Luana Volnovich, desbloqueó un nuevo nivel en un sistema de comunicación oficial cada vez más reñido con la verdad.

Y no se trata de la verdad analizada desde el punto de vista filosófico. Hay hechos que son incontrastables y que no aceptan más de una interpretación. Por ejemplo: la pasividad diplomática ante la afrenta de asistir a un acto junto con una de las personas buscadas por la Justicia argentina por el asesinato de 85 ciudadanos en un atentado terrorista en territorio nacional.

En el medio, el oficialismo confunde indiferencia con silencio. Y es, justamente, lo que no debe hacer. Hay un gobierno que parece desbordado por sus propias internas, y que está cada vez más alejado de los problemas que tienen al país en, tal vez, la situación más crítica de su historia desde todo punto de vista. Parece retirado de esa agenda y enfocado en la disputa de poder de una alianza electoral que no para de crujir.

Mientras eso sucede, las declaraciones imprudentes se multiplican con cada aparición de quienes sólo buscan la sonrisa cómplice y socarrona de la tribuna propia. Nadie apela al poder del silencio. Precisamente, porque no se sabe quién tiene el poder.