La seguridad aeroportuaria no es un detalle insignificante. Y menos en un país como Argentina, que tiene sobre sus espaldas dos atentados terroristas, valijas con miles  de dólares en negro para campañas electorales y quién sabe qué más todavía esté ahí en ese cono de sombras. Por ello, la investigación desatada por el avión iraní, el derrotero entre países de la región, la vinculación de su tripulación de nacionalidad iraní con organizaciones terroristas y su carga, entre otros asuntos, tienen que  generar, al menos, dos cuestiones: una es transparencia para dilucidar la situación y la otra, certezas de que el país no es un colador.

Sobre la primera, el tiempo y la actuación de la Justicia dirán si se ha obrado con corrección para determinar concretamente cuáles eran las intenciones de este vuelo. Se  empezó con alguna demora, lo que puede resultar perjudicial para la reconstrucción de la investigación.

Sobre lo segundo, la lupa de las potencias está nuevamente sobre Argentina, lo que pone en foco, a su vez, cómo se encuentran las alianzas políticas en la región con el régimen chavista de Venezuela y con Irán, luego del fallido memorándum que dio pie a una denuncia y a una muerte –la del fiscal Alberto Nisman– sobre la que todavía  no hay fallo conclusivo. 

El Gobierno no se puede permitir que una aeronave floja de papeles aterrice sin más en el principal aeropuerto del país. Da la idea de que quien está al mando de la seguridad está mirando para otro lado.