Si hay algo que sobra en Argentina son focos de incendio. Uno levanta una piedra y encuentra algún problema a resolver, más aún después de la pandemia, cuando se agudizó todo aquello que ya estaba mal.

Nuestra economía pende de un hilo. El tejido social es apenas un velo que se cae al primer suspiro. Se puede hacer una lista de urgencias para ponerse a trabajar de cabeza y, seguramente, la inflación será la primera en la mente de cualquier argentino. A la vez, el tiempo que se dedica a atender estas cuestiones no es menor, es valiosísimo. Es un plato menos de comida al día o, incluso, un trabajo menos si no se logra mantener una estructura de costos adecuada en alguna pyme. En otras palabras, no hay forma de decir que acá no pasa nada. Ocurre de todo.

Por ello, que un grupo de funcionarios nacionales, que hoy deberían estar dedicados full time a resolver la espiral inflacionaria, dediquen dos horas de su agenda a resolver un conflicto como la comercialización de figuritas del Mundial de Qatar es, cuando menos, un despropósito. Será una situación que genere malestar por completar un álbum, pero, en el fondo, no debería ser una cuestión que ocupe a los principales responsables de los controles en las góndolas, de que haya oferta de valores y de productos y que, por último, se elaboren estrategias para que los salarios no corran exigidos y desinflados por detrás de los precios.

Pero no. Este tema, que debería haber sido atendido por alguna instancia inferior que resuelva estos planteos –al fin válidos–, terminó preocupando a un área que es la primera barricada contra la inflación. Y generó reclamos de otros sectores, como los panaderos. La pregunta es, entonces, ¿dónde está puesta la cabeza de nuestros funcionarios?