Los beirutíes, ya más confiados con el alto el fuego, se acercaron a comprobar la desgarradora destrucción de los barrios chiíes del sur de la capital libanesa, bastión de Hezbolá donde la aviación israelí se empleó con extrema dureza durante los 33 días de conflicto. Edificios de más de diez plantas completamente aplastados, inmensos cráteres, montañas de hormigón destrozado por todas partes, miles de amasijos de hierro y cascotes, recibieron ayer entre humaredas de polvo a los cientos de personas que se adentraron en las zonas más bombardeadas de Haret Hreik, Shiyah, Ghobeyreh o Reuis.

    Muchos acudieron para comprobar lo que había quedado de sus hogares, abandonados semanas atrás, y se encaramaban a los montes en ruinas o rebuscaban entre los jirones de metal retorcido y las pocas paredes aún en pie para rescatar algo de sus pertenencias. Otros se acercaron a los barrios para ver con sus propios ojos la destrucción o para ayudar voluntariamente en las tareas de desescombro, entre una omnipresente nube de polvo en suspensión que apenas dejaba respirar. El área de Haret Hreik, donde se encontraba el cuartel general del líder de Hezbolá,

    Hasán Nasralá, es la “zona cero” de la tierra quemada beirutí. Un profundo cráter rodeado por toneladas de escombros, pero diáfano en su centro, es lo único que queda del centro operaciones de la milicia islamista. Alrededor del inmenso socavón, la destrucción llega hasta donde alcanza la vista en todas direcciones, incluyendo la sede principal del órgano de expresión de Hezbolá, la televisión Al Manar. “La destrucción es mil veces mayor que en cualquiera de las anteriores guerras”, explica Tismal Mache, un médico que da clases Beirut.