Nos hace falta extrañar para valorar la persona a la que extrañamos. Cuando la circunstancias de la vida nos llevan a alejarnos de nuestro lugar de origen, país, provincia, pueblo, la nostalgia se hace presente en todos los días de ausencia, golpea la puerta y nos cuenta lo lindo que era aquello a lo que le dijimos adiós. Nos pasa inclusive con la despensa de la esquina, nos damos cuenta qué bueno era tenerla cerca cuando se mudó, cuando ya no tenemos a quien pedirle fiado. Nos pasó con el tranvía, muchos lo despreciaron por lento, ruidoso y obsoleto.
Y ahora, a años de su ausencia, lo añoramos hasta con ternura y tratamos de remedarlos con micros disfrazados de tranvías. Lo normal, lo cotidiano, lo habitual no despierta nuestra admiración, nuestro cariño, ni nuestro agradecimiento. Si es lo normal, no se escapa de la norma. Sin embargo, están los culillos en casa, van a estar más de dos meses en casa, libres, sueltos, con ganas de demostrar que son enteramente niños. Es entonces cuando nos damos cuenta de todo el valor que tiene la escuela.