Su tono sigue siendo pausado y sereno, aunque eso no le impide ser crítico con los cambios legales y culturales de los últimos años, como el aborto no punible, la reforma del Código Civil y el visto bueno del Gobierno local para que pululen casinos por toda la provincia. El arzobispo de Mendoza, monseñor José María Arancibia, cumplió hace poco 25 años como obispo y lleva 17 liderando la diócesis local.

En diálogo con El Sol hace un balance de su gestión, durante la cual sospecha que cosechó amigos y enemigos. Confiesa, además, la necesidad de jubilarse para disfrutar del tiempo libre, pero aclara: “Aunque todos me saludan como si me estuviera yendo, falta que el Papa designe a un nuevo obispo. Uno tiene que entregar el mando cuando viene el próximo. En el intervalo hay que cumplir con una nutrida agenda”.

¿Por qué renunció este año?

Mi renuncia está mandada por el Derecho. Nosotros, los obispos, tenemos que renunciar cuando la salud no nos permite seguir la función o cuando uno cumple 75 años. Me quiero retirar estando bien (risas). Además, ¿dónde han visto un gremio cuyo trabajadores se retiren a los 75 años?

¿Cuál es el balance que hace de su gestión?

En el aspecto positivo, la gente valora que uno la visite y esté con ella, que se interese por sus inquietudes o problemas. Yo lo he hecho, no tanto por iniciativa mía, sino porque la Iglesia quiere tener esta figura del obispo. Lo hice con esfuerzo, pero me queda la pena de que es difícil abarcar un territorio tan enorme con una población tan numerosa. Me muero de envidia cuando veo que un obispo tiene 280 mil fieles, como en San Rafael. Esta (por Mendoza) es una de las diócesis más grandes. Supera el millón de habitantes, con creces.

¿Siente que cosechó muchos enemigos en Mendoza?

Yo no tengo conciencia de tenerlos, porque son delicados en este aspecto. No se enfrentan, son respetuosos en esta provincia (se ríe irónico). Yo vengo de Córdoba y, allí, la relación humana es más espontánea, más atrevida. Los mendocinos son más serenos para enfrentarse. Alguna palabra o carta he recibido, pero sospecho que alguna gente está disconforme conmigo y tuvo la bondad y la delicadeza de comentarlo en su círculo más íntimo.

¿Qué hará cuando se jubile?

 No tengo familiares directos ni hermanos ni padres. Tengo sobrinos y sobrinos nietos y estamos bastante desparramados, por los tiempos en que vivimos. Los vínculos se hacen más difíciles. Gracias a Dios tengo mucha gente que me hace notar que cuento con ella y me espera.

¿Teme no saber qué hacer con tanto tiempo libre?

No le tengo miedo al futuro ni al tiempo libre. Me gusta mucho leer y caminar por la sierra y por la montaña. Me gusta estar al tanto de las noticias. Uno, con internet, puede conectarse con medios de cualquier lugar del mundo. Es muy lindo.

¿Tiene alguna deuda pendiente, alguna faceta artística que quisiera reencauzar?

(Se ríe) No sé. Dice el dicho que el loro viejo no aprende a hablar. Pero hay tareas sacerdotales muy lindas, como la confesión y los retiros espirituales. Con la vida de arzobispo, uno no puede cumplir con esas tareas, porque necesita permanencia y cercanía.

La Iglesia se ha pronunciado sobre aspectos de la reforma del Código Civil. ¿Cómo ha procesado usted este fuerte cambio de leyes?

El anteproyecto sigue en elaboración. El aspecto sobre el que nosotros opinamos en sentido crítico abarca sólo una parte del Código, que es sobre la familia y el divorcio.

¿Flexibilizar el divorcio es un punto que perjudica al hombre?

Hay aspectos que van empobreciendo la imagen de la familia y el matrimonio. Eso me preocupa. Si un matrimonio no tiene como valor la fidelidad, todo pierde consistencia. Es una opinión personal.

¿En el caso de facilitar la adopción de chicos?

Facilitarla creo que hace falta. El trámite es muy engorroso. Pero, que adopten parejas del mismo sexo tiene su cuestionamiento. Algunos pensamos que las figuras masculina y femenina son más propias para el desarrollo del niño y el adolescente. Son roles complementarios. El interrogante es si todos los cambios culturales son realmente provechosos para el ser humano. La Iglesia católica defiende un modelo no sólo de rasgos religiosos sino humanos. Lo decimos desde un pensamiento filosófico sobre el hombre. Cuando una cultura cambia drásticamente, como esta, los estudiosos de ese proceso pueden opinar diciendo “este cambio va a una vida sana y más feliz”, o no.

¿Está al tanto de los abortos no punibles que se vienen realizando en Mendoza tras el fallo de la Corte nacional? ¿Qué opina al respecto?

Que el aborto no pueda ser investigado y lograr una estadística no me lo explico, porque es ilegal. Ahora, con el fallo es distinto, porque está hecho sobre la violación a cualquier mujer. En el pensamiento católico no estábamos ni siquiera de acuerdo con la ley anterior. Una mujer demente o idiota tampoco merece un aborto, porque el niño no tiene la culpa de que la mujer se considere con derecho a suprimir. Una injusticia no se soluciona con otra. Es una injusticia grave que la mujer sea violada. Pero si suprimimos una vida, también lo es. El aborto no punible va en camino a ser cada vez más amplio, lamentablemente. Yo lamento tanta inclinación y tantas corrientes feministas que defienden el aborto como un derecho de la mujer. Me da pena que haya estas corrientes feministas cuando la mujer es la que acompaña a enfermos, niños, padres, por un sentimiento maternal o humanitario.

¿Le preocupa que no cese de crecer la industria del entretenimiento, especialmente, la de los juegos de azar y los casinos?

Me siento triste y acongojado. Este tipo de entretenimiento no es un juego. Jugar es una cosa que nos hace bien, pero este avance de oportunidades para los juegos de azar no le hace bien a la sociedad. Dan oportunidades que, en gran parte, se convierten en dañinas para el ser humano. La especulación de ganar sin trabajar es un daño, o arriesgar lo que se tiene es algo que no le hace bien. La ludopatía existe y es una adicción terrible.

¿Ha escuchado o visto a muchos fieles padeciendo ese problema?

Como un pastor, pero un pastor tiene que ser cuidadoso con lo que conoce. Sobre los edificios, es increíble. El sólo hecho de verlos y de recorrer Uspallata, Valle de Uco, Maipú preocupa. Están por todos lados. Si existen, es porque los visitan. Hace varios años, una autoridad de la Provincia me dijo que el casino oficial era para superar lo clandestino. Yo le decía que si la cosa es dañina, no ganamos nada con legitimarla.

Otro argumento es que con la recaudación del juego oficial se financian programas sociales.

Nosotros tenemos un viejo principio: el fin no justifica los medios. No podemos hacer el mal para conseguir un bien. Hay que ver si el mal que estamos fomentando justifica lo que se consigue. Porque recordemos que un país tiene que recolectar dinero para las obras sociales. Con juego o sin él. Si no, ¿para qué sirven los impuestos a las ganancias? Yo tengo entendido que los privados tampoco se abren sin autorización de los gobiernos y siguen abriéndose cada vez más. El Episcopado ya lo advirtió hace un par de años.

¿Hubo cambios desde entonces?

Yo no he detectado cambios. La Iglesia dice lo suyo con la firmeza y el respeto que la situación merece y para quien la quiere escuchar, pero no tiene un poder civil, sino espiritual y moral.

¿Qué le parece la Ley de Muerte Digna?

Tiene algunos aspectos buenos. La Iglesia ya habló en contra del encarnizamiento terapéutico cueste lo que cueste. Pero algunos aspectos preocupan, porque no se puede quitar la simple hidratación o la alimentación al paciente si la necesita. Si se maneja mal, podemos caer en un gesto inhumano con la persona que sufre. Con esto se desprende el riesgo de la eutanasia. Igual que con el transplante de órganos. Los nuevos hallazgos son un desafío pero hay que saber utilizarlos.