Le pesan el calendario, las deudas, los hijos, el saco, la corbata, hasta el teléfono celular le pesa. Y el trabajo no le digo nada. Hay vagos que no van a trabajar, mandan a su psicólogo directamente. Noviembre es un mes para llegar, en noviembre no pasa nada por más que ahora el 22 sea feriado, noviembre es mes de tránsito hasta diciembre, pero de un tránsito como el mendocino: llenos de atascamientos, frenadas súbitas e insultos desmadrados. Tal vez el tipo debería adelantar sus vacaciones. Que es lo que debe haber pensado la senadora Elizabeth Fernández de Merino, quien súbitamente agarró la valija, una toalla, el protector solar número 54 para pieles legislativas, el termo, el mate y a su marido y se fue a Miami Beach. Eso sí, adujo cuestiones personales. Bueno, a mí se me hace que las vacaciones son siempre cuestiones personales, no son cuestiones de Estado ni cuestiones de fuerza mayor. Uno decide rascarse en inglés durante diez días y es una cuestión personal. Nadie la obligó, creo. Nadie le dijo: “Señora legisladora, se me toma las vacaciones ya mismo, y cuidadito con protestar, ¿ah?”. Claro que si uno se ausenta de la Legislatura por cuestiones personales le pagan los días de ausencia igual, aunque haya estado desparramada al sol. Con el agravante de que hizo lo mismo el año pasado, justo cuando su partido, el justicialista, trataba la Ley de Vivienda y necesitaba de todos de los suyos. Es obligación de los parlamentarios asistir a todas las sesiones de su cámara siempre que no se lo impidan razones de fuerza mayor. En estos momentos, Elizabeth, junto a su marido, quien es también su asesor, debe estar pidiendo una hamburguesa con salsa de cacahuetes mientras lee El camino de la felicidad, de Jorge Bucay. Pensar que en Mendoza hay gente que ruega por un poquito de agua para su hogar y hay otros que retozan con todo un océano a sus pies. En fin, cada vez se pierden más cosas en el Salón de los Pasos Perdidos.