La novela brasileña Moisés y los Diez Mandamientos permite reflexionar sobre por qué la televisión puede hacer bien a sus televidentes. Los creadores tuvieron como primer acierto el tomar a una figura emblemática para varias religiones, ya que Moisés aparece tanto en la Torá hebrea, el Antiguo Testamento que usan los cristianos y también en el Corán que veneran los musulmanes.

Aquí nadie es excesivamente bueno, ni excesivamente malo, en ambos bandos hay matices. Los hebreos que fueron beneficiados por las plagas y que asistieron al milagro de cómo se abrían las aguas del Mar Rojo frente a ellos y se cerraban devorando al gran ejército egipcio, ahora se quejan porque no tienen comida en el desierto o dónde está “ese Dios que dice ayudarlos”. Estos matices son parte de los grandes aciertos de la guionista, fiel en cuanto a los hechos que están en los libros sagrados, pero que enriqueció en cuanto a la creación de la psicología de los personajes. Moisés sufre al ver los muertos egipcios, se conmueve ante el dolor del otro y eso forma parte de la creación literaria de la autora brasileña.

Brasil, como integrante del virreinato portugués, recibió en el siglo XVIII las mismas compañías teatrales que nosotros, los argentinos y los uruguayos. Esas compañías tenían una estructura fija que hoy aún se mantiene sobre todo en las tiras diarias. Se conformaban con dos galanes (siempre amigos), un tercero que competía, por lo cual se lo consideraba el malo de la historia (antagonista), enfrente las dos damas y podía haber una tercera que también jugaba el rol de enemiga. Aquellos actores que habían sido en su juventud galanes pasaban con los años a ser los “barbas” de la compañía: encargados de ser en la madurez los reyes o padres de los galanes. También estaban los “graciosos” y “graciosas” que daban la cuota de humor, ya que la naturaleza no les había entregado dones de belleza debían saber cantar y bailar muy bien. Esta estructura también se evidencia en Moisés, donde él y Ramsés encarnarían a los galanes, enfrentados. Los más ancianos, tanto el padre adoptivo de Nefertari, el sumo sacerdote egipcio Paser, jugó el rol de “barba” entregando excelentes frases de reflexión como la madre de Moisés, Jacobed, representado al “barba femenino”.

Las novelas o tiras tomaron esta estructura de las antiguas compañías teatrales y multiplicaron los “tipos” para enriquecer aún más las historias con los personajes que hoy le decimos “secundarios” pero que constituyen con sus historias nudos importantes como aparecen también en Moisés y los diez mandamientos.

La adaptación que realizó la autora Vívian de Oliveira de la historia es excelente, pero sobre todo hay que subrayar las frases que imaginó para sus protagonistas. Ante el dolor de Nefertari quien ha perdido a su primogénito, futuro rey de Egipto (Amenothep), su dama de compañía –Karoma– le subraya que: “Ha sufrido mucho…” y la reina responde con acierto: “Pero eso no me da derecho a ser cruel con los demás”.

El público argentino está nuevamente demostrando su gran adicción por ver “mundos diferentes”, en el 2002 fue El clon y la ciudad de Marruecos, el año pasado se dejó seducir por Estambul y las bellezas del río Bósforo, en Las mil y una noches. Ahora es Egipto, su vestuario, la monumentalidad de esa civilización y los efectos especiales a través de sus plagas. Estas novelas demuestran que la televisión puede no sólo entretener sino también educar, mostrar actitudes buenas y malas, permitiendo que la reflexión sea parte del contenido.

(*) para Diario PERFIL