Guardar el traje de novia como si fuera algo inmaculado ya no se usa más, atrás quedó la gran caja protegida en el fondo del placard cubierta de naftalina y bolsitas de lavanda. Hoy, las novias buscan romper esquemas para darle un final inolvidable a esa prenda confeccionada para sólo una noche y que simboliza uno de los momentos más importantes de sus vidas.
Desde mojarse, embarrarse y llenarse de pintura, hasta prenderse fuego; todo es válido en la sesión fotográfica post boda conocida como “trash the dress”. Se trata de una tendencia surgida en Estados Unidos, en el 2001, que llegó tímidamente a Mendoza hace tres años y que se impone entre las parejas y fotógrafos que desean despojar al casamiento de su sentido protocolar, con fotos sin los nervios clásicos de este evento y sin tanto glamour.
Testimonios.”Desde el momento que decidí casarme, tuve la idea de no conservar el vestido, lo pensaba vender. Tenía la impresión de que si lo guardaba se iba a amarillar o dañar y al final terminó destrozado”, comenta Paola Díaz, una colombiana e instrumentista quirúrgica que vino de intercambio a la provincia hace 6 años y terminó casándose con un médico del hospital donde hacía su especialización.
La sesión “trash the dress” tiene un costo que ronda los $1.500 la media jornada de trabajo, aunque por lo general está incluida dentro del pack de fotografías de boda. En la mayoría de los casos son los fotógrafos los que proponen este estilo pero, en el momento de la acción es la pareja la que se anima a llegar al extremo. “Las mujeres son las que llevan medio de los pelos a los varones pero, cuando terminamos de hacer la sesión, son ellos los que no quieren irse”, explica el fotógrafo Matías Rosso.
“Al comienzo, queríamos unas fotos muy tranquilas, las típicas después de la boda, caminando o abrazándonos, como mucho íbamos a mojarnos los pies pero cuando estábamos en Potrerillos, se nos ocurrió lanzarnos a un charco de barro”, confiesa Paola. En cambio, Emilia Palá buscó con anticipación darle un final artístico a su vestido. “Me enteré del trash the dress viendo en internet, me gusta mucho la fotografía. Cuando volvimos de la luna de miel hicimos las tomas. Fue una tarde muy linda, me quedé con las ganas de meterme al agua o embarrar más el vestido, pero estaba muy frio.”
A las novias que se atreven a arruinar sus vestidos las tildan de “locas” y sobre todo, son las mujeres las que no pueden entender cómo pueden llegar a ensuciar un diseño costoso que ronda, como precio base, entre los $2.000 y $5.000 aproximadamente.
“El vestido paso de blanco a marrón, se le descosieron los vuelos y se lo tuve que llevar a la modistas para que me lo arreglará, todavía no lo he ido a buscar”, dice Paola entre risas. “Para mí, volverme a poner el vestido, significó revivir el momento del casamiento, darle un segundo uso que de otra manera, no se lo hubiese dado. Lo guardé tal cual, con barro y todo”, agrega Emilia.
En diferentes partes del mundo, la obsesión por obtener una imagen única ha puesto en riesgo la vida de la novia, cuando han incendiado su vestido o la han sumergido en aguas profundas, por ejemplo. En el 2012 María Pantazopoulos murió ahogada en Canadá al no poder nadar por el peso de la tela empapada. El fotógrafo Franco Perosa asegura que nunca llegaría a tal punto, “La idea de estas fotos es pasar un momento divertido, sin las presiones propias del día de la boda. Los novios tiene que estar segura de lo que desean”, indica.