“No se puede juzgar una decisión por su resultado.” Esto dijo el profesor Ron Howard a sus alumnos de la clase de “Análisis de decisiones”, en la prestigiosa Universidad de Stanford, en Palo Alto, California, sorprendiendo a más de uno. Uno de sus alumnos, llamado Somik Raha, se le acercó al final de clase y le dijo: “Esto que usted dice, profesor, no es más que una antigua ley espiritual, aquella que dice que sólo somos dueños de nuestras acciones, y no de los desenlaces que éstas provoquen”. Lejos de contradecirlo, el profesor asintió. “Puede que así sea, pero esos antiguos textos no explican cómo aplicar esa ley a la toma de decisiones financieras. Eso es lo que hemos hecho mis colegas y yo.”

Somik cuenta la anécdota en un artículo publicado por Charityfocus.org, una entidad que se dedica a ofrecer a las personas formas significativas de contribuir al mundo. “Esta pequeña conversación me cambió la vida –dice-. Aquí había un campo de pensamiento inmerso en el mundo material que se apoyaba en la filosofía espiritual más profunda que conocía. De golpe sentí que podía ser coherente en mis decisiones del mundo material sin comprometer mis ideales espirituales. Fascinado, me anoté en el Master de aquel programa de Stanford, para especializarme en ese campo.”

Pero entonces, si una decisión no puede evaluarse por su resultado, ¿de qué forma se evalúa? Somik responde citando a su maestro: “A partir de la luz que el decisor tenía en el momento de tomar su decisión”. En otras palabras, volviendo atrás en el tiempo hasta el momento en que se eligió el curso de acción a tomar, y repasando de qué elementos y datos disponía el decisor. Luego se evalúa todo el proceso en función de seis elementos claves en el proceso de decisión. A tomar nota:

El marco apropiado.

Pensar una decisión como si se tratara de tomar una fotografía. ¿Fue demasiado estrecho el “marco” de la decisión, o tan amplio que no resultó útil? ¿Dimos cosas por sentadas que debiéramos haber explicitado y cuestionado? Para poder reconocer qué cosas se están dando por sentadas es necesario dar un paso atrás. La mayor parte del tiempo estrechamos demasiado la mira y no hacemos un “zoom” hacia atrás para ver cuánto espacio hay realmente. En otros momentos, nuestra mirada está tan “fuera de foco” que ni siquiera entendemos bien cuál es la decisión a tomar. Aprender a ser conscientes de cuándo “hacer zoom” para acercarnos o alejarnos del tema a decidir es clave para lograr el marco apropiado. Al considerar el marco de nuestra decisión, es importante no quedar atrapados por nuestra propia retórica. ¿Cómo? Esforzándonos a usar un lenguaje neutro, que no evoque juicios de valor. Por ejemplo, hay una gran diferencia en la reacción emocional que nos provoca la palabra “polución” que “emisión”.

Alternativas creativas.

¿Nos limitamos a las alternativas que estaban a nuestro alcance, o hicimos un esfuerzo sincero para encontrar otras más creativas? En general, cuando tenemos una alternativa favorita, vamos directo hacia ella sin reflexionar. A veces estamos tan apegados a esa alternativa que manipulamos las cosas para asegurarnos de que prevalezca. Soltar esos apegos y darnos la posibilidad de ser creativas es necesario para encontrar alternativas insospechadas.

Valores claros.

¿Pensamos cuáles son las fuentes importantes de valor en la decisión? ¿Qué es de fundamental importancia para nosotros? ¿Qué es tangencial? ¿Tenemos en claro cuáles son los valores cruciales en la decisión y cómo se relacionan entre sí? Entender qué queremos implica entendernos a nosotras mismas. ¿Nos tomamos el tiempo para reflexionar sobre qué es lo que realmente nos importa?

Información útil.

¿Nos esforzamos lo suficiente para aclarar los interrogantes más críticos en nuestra decisión? ¿O nos pasamos el tiempo recabando información inútil? Vivimos en la edad de la “explosión de la información” gracias a Internet, y es fácil dejarse sobrepasar por esa abundancia de datos. En vez de tratar de recolectar todos los datos posibles sobre un tema, podemos dirigir nuestra atención hacia la información que es relevante para aquello que más valoramos. Es importante reconocer que la información es un estado mental. No hay “probabilidades” ahí afuera en el universo que puedan ser descubiertas lanzándose a buscar en una montaña de datos. Las probabilidades son una medida de nuestras creencias acerca del universo, y sólo existen en nuestras mentes. Esta distinción nos ayuda a mantenernos sinceros y a evitar términos engañosos como “probabilidad objetiva.”

Razonamiento sólido.

¿Fuimos coherentes con nuestros valores al usar información para elegir la mejor opción, o los pasamos por alto? Este es el único elemento de una decisión que puede considerarse “objetivo”. Dados los mismos datos, el proceso de análisis de información proveerá la misma respuesta cada vez. Sin embargo, es raro que dos individuos seleccionen los mismos datos o partan de las mismas creencias. Las decisiones por lo tanto son necesariamente subjetivas; si sacamos al decisor de la ecuación, la noción de una decisión deja de tener sentido.

Compromiso de acción.

Podemos haber tomado una gran decisión, pero si no estamos dispuestos a llevarla a cabo consecuentemente, ¿cuán buena fue realmente? Si no hay compromiso de llevarla a cabo a conciencia, la mejor de las decisiones resulta inútil.

Por supuesto, más allá de este rico análisis y sus postulados, las decisiones del fuero íntimo se toman con parámetros más misteriosos, en un diálogo interior que trasciende la mente y toda posibilidad de cálculo. Las mujeres lo sabemos bien: el alma se expresa a través de la intuición, y responde a razones que la razón no conoce…